Por: Ilan Arditti
Janelle Monáe comenzó hace más de una década en ‘Metropolis: Suite I (The Chase)’ a elaborar una trayectoria musical que ha hecho girar en torno a una especie de novela futurista inexistente, una distopía en la que una oligarquía robótica recluye a los androides de aspecto humano en una orbe en la que el amor y la libertad han sido erradicados, cuya última esperanza es una heroica androide llamada Cindy Mayweather que, dicen, escapó del desensamblaje y volverá un día para salvarles. Ese trasfondo se consolidó en el sobresaliente ‘The ArchAndroid’ y fue llevado más allá en ‘The Electric Lady’, álbum que supuso la consagración musical y comercial de la artista de Atlanta. Sin embargo, no deja de ser chocante cómo la realidad puede ir incluso más allá que la fantasía y ese argumento es cada vez menos literario y más literal, propiciando la alegoría que Monáe plantea como coartada argumental de su nuevo disco, ‘Dirty Computer’.
Si aquellos álbumes se llenaban de interludios que trazaban una línea argumental pseudo-cinematográfica, esta vez Monáe los ha evitado haciendo, directamente, una película (una “emotion picture”, al estilo ‘Lemonade’) protagonizada por ella misma, una actriz ya profesional tras sus papeles en ‘Moonlight’ y ‘Figuras ocultas’, junto a Tessa Thompson –‘Westworld’, para desarrollar el concepto del álbum. En ella retrata otro futuro, aún más próximo, en el que los humanos cuya manera de pensar, aspecto físico, raza o condición sexual difieren de lo que una élite considera la norma, son etiquetados como “Ordenadores sucios”, como CPUs que tienen un bug o un virus y deben ser reseteados, transformados para conseguir que encajen en la sociedad (como plantea el corte con coros de Brian Wilson que da título al álbum). Son perseguidos y sus recuerdos, su memoria, es eliminada en la Casa del Nuevo Amanecer. Obviamente, esa película alberga los videoclips de los adelantos que hemos visto, pero ayuda a hacernos partícipes del mensaje que quiere hacer llegar Monáe en su nueva obra.
Un mensaje directo, sin alegorías, sobre una realidad en la que cada vez somos menos libres (aunque también más conscientes), contagiado por la Marcha de las Mujeres, por la brecha racial y económica en Estados Unidos (y en todo el mundo, por extensión) y por la lucha de clases. Un mensaje en el que reivindica el imprescindible papel de las mujeres fuertes, imaginativas, creativas, luchadoras para transformar este mundo. La bíblica Eva, Peccola Breedlove (protagonista de ‘Ojos azules’ de Toni Morrison), las Dora Milaje de ‘Black Panther’ o la mitología en torno a la figura femenina (las sheela na gig, la diosa Isis, Atena..) son citadas como inspiración en varias de las canciones más poderosas, tanto musical como líricamente, del álbum: si ‘PYNK’, con coros de Grimes, reclama el protagonismo y el respeto que el coño, como icono, merece, ‘Django Jane’ es un apabullante alegato rapeado (su flow está a la altura de las mejores) sobre una nueva etapa que se abre en nuestra sociedad y que reclama un “monólogo de la vagina” tras milenios de falocentrismo.
Por supuesto, como ella misma ha dejado claro en sus manifestaciones, la sexualidad es otro de los ejes de ‘Dirty Computer’: autodeclarada pansexual, tanto en la espectacular ‘Crazy. Classic. Life’ como en la seductora (y grower) ‘I Like That’ reclama libertad para vivir el sexo (y la vida) como le plazca sin ser juzgada, adoctrinada o guiada por convenciones ni creencias, como ya hiciera en el single ‘Make Me Feel’, con aquel vídeo que se esmeraba en restar trascendencia al género de la persona que la pueda atraer. No teme, en todo caso, mostrarse como una mujer sensible y frágil, como manifiesta en la conmovedora ‘Don’t Judge Me’, donde reclama ser amada como ser humano, no como un icono o un personaje. Un temor que refrenda en la aún más emotiva ‘So Afraid’, donde expresa su miedo a amar y fracasar.
Feminismo y sexualidad no dejan de ser también políticos, y de hecho se funden constantemente con referencias a la “triste mañana del 9 de noviembre de 2016” (el día después de la victoria electoral de Trump, aludido en ese “If you try to grab my pussy, this pussy grabs you back” de ‘I Got The Juice’), que inspira otro de los momentos culminantes del álbum: la festiva ‘Screwed’, que responde al presente político con hedonismo, transformando el sentido negativo de la expresión “estamos jodidos” en positivo, animando a follar, a ser feliz, como forma de protesta. Pero, en todo caso, Monáe no rehúye su posicionamiento pro-Obama, y reclama una América en la que las personas no mueran por su raza, pero tampoco por su clase social, su condición sexual o su género, en la emotiva e inspiradora ‘Americans’, que evoca sin rubor a ‘Let’s Go Crazy’ de Prince.
Y es que, aunque otros referentes también citados como inspiración (‘Stevie’s Dream’ está basada en sus conversaciones con Stevie Wonder) tienen una importancia manifiesta, es patente que la muerte de Nelson, amigo y mentor de la artista que en el momento de su muerte colaboraba con Janelle en la creación de este disco, ha marcado drásticamente su vida y esta obra, que funciona a menudo como un homenaje a su figura. Más allá de esa ‘Kiss 2.0’ que es ‘Make Me Feel’ (curiosamente, es de los pocos temas que no produce Janelle con sus colaboradores más íntimos, el dúo Deep Cotton, sino con los suecos Mattman & Robin), la influencia del llorado genio de Paisley Park se filtra en prácticamente todo el álbum, incluso en los pasajes más acústicos (‘Dirty Computer’), reposados (‘Don’t Judge Me’) y psicodélicos (‘So Afraid’). Sin embargo, no sería justo menospreciar por eso la personalidad interpretativa de Monáe, que la sitúa sin peros entre los grandes nombres del R&B contemporáneo. Con un acabado técnico y una riqueza artística magníficas, en los que se han involucrado músicos de la talla de Thundercat o Jon Brion, sin duda la estrella que más brilla es ella.
Debido a su arduo trabajo de estudio y a la desnudez emocional que, pese a la coartada conceptual, presenta, estamos claramente ante el álbum más personal y por ello más poderoso de Janelle Monáe. Un discurso tan potente y la riqueza de sus letras (en las que merece la pena bucear, entre referencias literarias y culturales, guiños a su propia carrera…) dejan –al menos en un principio– un poco atrás el plano musical del álbum, sin canciones que parezcan potenciales hits (pese a que los destacados como single van desplegando su influjo lentamente). Pero ‘Dirty Computer’ va revelando poco a poco sus destellos, una compacta obra de R&B atemporal –suena contemporáneo, pero también reminiscente del pop de los 80– que se escucha como un todo, que va cautivando con su inicio, su nudo (la poderosa secuencia desde ‘Screwed’ –con un verso de Zoë, la hija de Lenny Kravitz– hasta ‘Make Me Feel’) y su melodramático desenlace, que remonta en los “títulos de crédito” (‘Americans’). Una medida pero sustanciosa pieza de poco más de 45 minutos en la que sólo cabe poner en duda la necesidad de ‘I Got The Juice’, la flojilla colaboración con Pharrell Williams. Pero incluso esta parece una mácula necesaria para manifestar el adiós a aquel personaje robótico, Cindy Mayweather, y poner por delante la imperfección humana de Janelle Monáe Robinson y su discurso inspirador y poderoso, heredera directa de una manera de entender la música, el arte, como vehículo de expresión cultural y sociopolítica.